BATALLAS
BATALLAS - Ensayo -
Hay
batallas en las que nada puedes hacer, salvo lucharlas. Poco importa si la
ganas o si te devastan, ojalá comprendiéramos estas implicaciones el día en que
decidimos emprenderla.
Nos pasamos
la vida buscando la calma, la tranquilidad y la balsa de las emociones
embotelladas, catalogadas y arbitrariamente valoradas por los comunes,
vulgarmente conocidos como la mayoría. Pero, cuando las sensaciones tienen el
aroma de las antiguas ambrosías y el color de una tímida flor descubierta en el
fondo del mar, entonces… solo entonces, los grandes hombres y las grandes
mujeres apuestan su sangre a lo desconocido. A las emociones encontradas y los
sentimientos contradictorios.
En este
encuentro violento, están los que observan, los que participan y los que se
acobardan.
El que
observa puede hacerlo impertérrito, helado o angustiado. Un poco más allá de
estos, el carroñero que se agita gustoso
entre la gula y la adrenalina, alimentándose del horror de pulsantes heridas en
el tapiz del encuentro.
En la
arena, todos son culpables y casa uno carga una verdad contraria. Ninguna es
mentira y no existe la acertada. En la arena, la razón, los motivos y las reglas
son relativas… incluso irrelevantes, según el caso. Y cuando están, gritando
para ser escuchadas sobre otras, acaban, como otras, bajo el granulado manto de
la tierra.
Allá
abajo.
Los
luchadores rasgan su piel y exponen sus entrañas más allá del orgullo, el temor
o la locura. Envalentonados e inocentes defienden banderas suspirando por la
victoria; aprisionadora y asesina. Sin reconocer que en el camino, entre
cuchilladas y golpes traperos, todo se pierde. Lo hace la razón, el temor, la
verdad, los motivos, las reglas, la fe,
la dignidad, la sangre, las lágrimas y los segundos. El tiempo ¡Ay ansiado tiempo!
– la carencia
y la variedad de sus usos -.
Y luego
estamos los demás. Los que huimos. Y entre nosotros los que habiendo luchado y sobrevivido se aventuran
conscientes a sabios y certeros caminos, reales y seguros. Lejos de la batalla.
Aún más
atrás, en el sendero interminable de la escapatoria, los que corren despavoridos
con su botella repleta de control y conocimiento. Los que pudiendo ver, oler,
escuchar o tocar, ni escogen esto y ni siquiera sienten. Porque “no mirar atrás”
no es lo mismo que correr con los ojos cerrados, las orejas tapadas, un
pellizco en la nariz y el corazón envasado al vacío. Y será porque correr es de
valientes si sabes a dónde vas o tan solo… si corres hacia delante.
¿Y qué
del que escapa gritando y corriendo en círculos agitando compulsivamente las
manos sobre la cabeza? A este le ocurre lo que a las rubias tontas de las
películas; que sus grandes pechos acaban bajo un camión o entre las fauces del
lobo feroz.
Pero de
todos estos, son solo algunos los que cuentan, los que se quedan:
-
El que se levanta de cada golpe
-
El que vive equivocándose
-
El que elige y decide no infligir el golpe mortal
-
El que no tiene miedo a abandonar cuando no hay motivo para seguir
-
El que eligiendo la lucha, lo hace con el hacha del que ignora. El
control y la audacia de decir “basta”, aunque lo haga desde la colina.
-
El que observando, decide en su vida no reproducir para sí mismo la tragedia.
-
El que huyendo, abre bien los ojos para vivir el camino escogido, que
no olvidemos, es siempre el mejor porque es el único que tenemos.
-
El que observa sabiendo ver, escucha teniendo la capacidad de oir, olfatea
teniendo
nariz y siente sobre la arena o dejado de ella.
En la batalla de la vida, ellos son los que
cuentan y por qué será… son estas historias las que preferimos
escuchar ¿Por qué será?
escuchar ¿Por qué será?
Puede sonar un poco pretencioso afirma que este es un ensayo pero sé que no es un relato. Si alguien puede, que me corrija.
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