Embarazada, orgullosa y preparada

Estoy embarazada. Bastante, así como de treinta y dos semanas. Tenía un montón de cosas que decir y ahora mismo mi mente se ha apagado. Si sigo a mi instinto seguiré escribiendo y escucharé a mi conciencia, o a mi alma, a mi psique inquieta o a Pepito grillo. 

Estoy cansada, me duelen partes del cuerpo destinadas al placer. Cualquier actividad de ocio se suma a la lista de tareas de "dura ejecución". Todo, absolutamente todo, me causa dolor en los talones y me agrava los dolores del nervio ciático. Agacharme es una labor titánica y no solo por el esfuerzo sino porque a veces parece que en el conflicto el cielo y el suelo chocarán y el Martillo de Thor reducirá los juguetes de mis hijos a cenizas. Más polvo. También es titánica porque es como si te pegas con cinta americana una pelota inflable de Frigo a la panza, dándole varias vueltas a la cinta para que tire la piel y escueza. Luego prueba a agacharte a abrocharte la sandalia y te aseguro que prefieres quedarte en casa en chanclas. 

Hace calor y lo peor es que quiero hacer un montón de cosas que no puedo. Eso es lo peor. Quiero moverme con gracia y soltura por mi casa para tenerla lista cada mañana cuando mis enanos ponen sus piececitos en el suelo. Quiero tenerlos en brazos todo el tiempo que me de la gana sin que me aprieten las ganas de hacer pis cada vez que los subo a la cama, a la trona, al sofá o a la silleta del coche. Pero no puede ser... porque ahora somos más. 



Somos más hablando con mamá cada segundo del día. En casa ya no hay cuatro opiniones, hay cinco. No hay dos bebés aprendiendo de los regaños de mamá y papá, son tres. Javi está muy vivo, vive conmigo. Convive con nosotros. Es mi reloj. Me avisa cuando se acerca la hora de comer, o cuando es la hora de que papá vuelva a casa. Se retuerce cuando los calambres de mi pierna comienzan para recordarme que no los haga empeorar. Me alerta cada noche cuando mi postura para dormir no es la adecuada para él, me enseña que si un bebé de 32 semanas de gestación puede y sabe reclamar su lugar en el mundo su madre NO DEBE SER MENOS. 

Estoy aquí escribiendo las normas de mi casa, de mi vida. Escribiendo nuevas costumbres, construyendo recuerdos para compartir. Labrándome un futuro profesional, personal y algo más. Javier ha venido a nuestras vidas para recordarnos que los sacrificios no son en vano, que se puede dar el corazón sin perderlo en el intento. Se fue para esperar a sus hermanos, no quería ser el hermano mayor y siendo como era solo una ilusión, consiguió su cometido. No hay que nacer para tener sueños, solo hay que ser. ¿Te das cuenta? Una persona no es solo carne, es amor, deseo, labor, empeño, ilusión, esperanza... es un lugar, un hueco en el corazón de alguien. Una persona puede ser solo un recuerdo en el corazón de otra y así estar VIVA eternamente. 

No hay que ser maestro para enseñar, a veces la cuestión más importante es ser alumno para que el proceso de enseñanz-aprendizaje no cese. No es más sabio el adulto ni más ingenuo el niño, no siempre es así. Solo hay que sentir y sentir tanto que dejen de doler los sentimientos de tanto usarlos. Respirar ya no duele, caminar solo cansa. Vivir... cada uno sabe lo que es vivir. 

Y aquí me quedo hoy. Con mi confesión más real. Voy a ser madre de nuevo y lo hago reconociendo que vuelvo a ser alumna de mis hijos porque su manera de ver el mundo es la más saludable de todas. La de los sentidos. Estoy muy orgullosa de mí, orgullosa de ellos y orgullosa de mi familia. De saberla conducir y disfrutar. De no parar de luchar. Orgullosa de ser madre, mujer, profesional y autora. Orgullosa. Y como leí hace unos días: Mi útero es mío. Tres hijos es una número hermoso, una familia maravillosa y no tengo miedo por su futuro porque sé que no será mejor por ser menos para cenar en Navidad. 

Atentamente, un abrazo de esta humilde mujer (también).



Comentarios

Entradas populares