NOSTALGIA


Llovía demasiado para que me quedara cordura. La nariz hinchada y no sabía si a causa del llanto o del frío. Los ojos… los ojos bullen como si cientos de insectos hurgaran en ellos. Pero poco importaba todo. Poco.

Valentina Serrano Carrión, veintiún años cumplidos, natural de Extremadura y perdida en un pueblo jiennense del que dicen que es el real, el único: Alcalá la Real. En mis brazos mi hija Aurora, poca bendición le fue dada por su nombre pues desde que nació no ha visto más que teta, luto, nublos y narices heladas. Angelito mío. 

Ando mendigando a las espaldas de la Iglesia grande, Santa María la Mayor la llaman y algo más de las Mercedes. A fin de cuentas, y en cuanto a mi me atañe, no hay ricachón que valga a estas horas y por estos lares. Pero mejor aquí y al sol que bajo techo y sin lumbre alguna. A la espera el pobre ni desespera y aquí me hallo.

Hablan que esta ciudad es de bandera, bueno más bien de puertas según entendí. Un lugar de comercios fue lo que charló el cura del Alcaudete así que hasta aquí mendigué mis plegarias pensando, no sé si en error, que donde vive el que vende es porque hay quien le compra. Más si el pobre comprar no puede será el afortunado es que gaste su parné en los cuchitriles que vendan las gracias de otras manufacturas. Ya antes de venir al sur probé donde esas se encarcelan en barrios que se tiñen de hollín, y puedo decir que el trabajo y el dinero no siempre van de la mano. ¡Qué me lo digan a mí! De costurera a concubina (que puta no quiero ser) llevada de la mano del corazón ¿Y qué si hubiera sido cosa de la ambición? ¿Habría acabado siendo comerciante? Eso no hay quien se lo crea. ¡Pero qué frío que hace en esta tierra!

El aire pincha tanto que casi he pensado en ir oliendo escapes en los camiones que al menos esos gases vienen calientes. Lo cierto es que hay muchos en esta zona, al menos los dedos de la mano he conseguido contar que no sé más. Aquí los medio señoritos llevan sombreros de ala corta y chaquetones de mezclilla, caminan por el lado del sol. Los trabajadores resbalan en los charcos helados en manga de camisa y remangados por el esfuerzo al descargar los camiones. Como en cualquier otro lugar en estas fechas. Tendría que haberme esperado a nacer el siglo que viene que igual a todos los llegaba la inmundicia y las clases no eran tan disparatadas. 

Hay un par de mozos que no paran de mirarme y es por eso por lo que no he sacado la teta a mi nena todavía; pobre, si hubiera podido escoger la habría hecho varón que lloran mucho menos y comen mejor. Para evitar problemas – que sacar la teta junto a la iglesia puede ser pecado — me levanté y llevé mis pies hasta la puerta de la Sacristía.



La Iglesia era grande con un pórtico de esos que acaban en un medio círculo y goznes dorados sobre la madera oscurecida por el aceite. Varias figuras de vírgenes y sus locos vasallos los santos la escoltaban entre cacas de paloma – hay que ver como esos bichos llegan a todos sitios — y vigilan un par de niñas que hablan distraídas al sol jugando a ser mozuelas. Que cercanos guardo esos días. A la izquierda de la plaza de tierra frente al monumento se levantaba un cuadrito en madera maltratada por el tiempo, esa debía de ser la sacristía. El llamador estaba bien pulido y juraba haber sido usado por muchas manos, dentro debía de haber un buen alma al cuidado de los más perdidos. Como yo.

— Buenos días ¿Querrá en nombre de Dios darme cobijo para alimentar a mi hija? — imploré con esa cara tan practicada que me había salvado del hambre más exagerada.
— Por aquí joven — me guió.
La beata no podía ser más vieja, casi se desmoronaba en sus zancadas por aquel largo y oscuro pasillo. Siempre había odiado el olor de las Iglesias, rancias, frías y con un toque a abeja quemada y óleos que me revolvía las tripas. A pesar de ello el papá de Aurora era un creyente muy practicante, del amor digo porque de penitencia no tenía idea. Ni un poquito. El cabestro del demonio lo tenga en su gloria.
— ¿De dónde viene joven? No recuerdo haberla visto antes por aquí — fíate Valentina que estas mujeres tienen lo único bendito en este edificio, memoria de los pecados de otros. 
— Vengo de Galicia Señora — fui colocando a Aurora en su lugar favorito — estuvo a punto de tomar un tren que acabó descarrilando entre Zamora y Sanabria. Lo adiviné como una señal del Santísimo y tomé otro rumbo. La familia de mi madre es de Jaén así que para acá pegué. Todo eso era verdad, casi.
— ¿Y el padre de su criatura joven? ¿No me diga que viajaba en el tren y las dejó solas? A veces el Señor pone caminos empinados pero es nuestro deber superar la adversidad y ver por los demás y el bien de todos — mira que había conocido beatas, pues esta era la más loca de todas.
— Señora no… — la quise interrumpir.
— Espera aquí con tu hija linda que yo voy a prepararte algo para que tus carrillos recuperen su lustre, estás muy pálida chiquilla.

Con este fugaz instante mi vida se arraigó en este pequeño pueblo. Un fugaz segundo que coincidió con el calambre en mi pecho que protestaba por la fuerza con la que Aurora chupaba en busca de sustento. Mi hija me gritaba sobre su hambre, mi jugo ya no era suficiente. E interpreté que era ese el lenguaje secreto entre los corazones que se adoran. 

Pensé que quizás mi hija me imploró silencio de esa forma. 

Pensé que sería mejor explicar a la beata que mi amante fue un déspota desarmado y sin corazón que me obligó a encamarme por alimento. 

Pensé que podría hacerlo después, que con la barriga llena siempre me he explicado mejor. 

Pensé, pensé y pensé…. 

Tanto, tanto, tanto tiempo pensé que mi hija acabó criándose en la Sacristía de aquella Iglesia acogida bajo el manto de la vieja Rufina “La Solterona”. Aquella mujer consiguió tener sus huesos unidos un siglo y siete meses, casi nada.

— ¿Cuál es tu nombre joven?
— Azucena me llamó mi madre Señora.
— Lucía te llamarás en adelante. Hija de Dolores Ruiz , mi cuñá y Rafael Jiménez, mi hermano. Ambos naturales de aquí que viajaron a buscar fortuna al norte. Su suerte la has pagado tú cobrando en la vida de tu esposo la buena estrella que tendrá tu hija. Te acogeré como a la sobrina que nunca tuve y me atenderás en mi vejez. A mí y a mi Iglesia. Tú hija crecerá fuerte con la leche de la burra de Don Javier y las cabras de la Jacinta.

Con la propuesta de la anciana hasta Aurora dejó caer su mandíbula y soltó la teta empujándola con la lengua. Su sonrisa más que linda era relinda. Mi hija quería aplacar sus ansias y mis faltas no estaría de más que fueran raspadas. La mujer esperaba una respuesta mientras servía el caldo en un tazón de cerámica roja.

— ¿A quién tenemos de visita Rufina? — otro anciano un poco menos estropeado entró en la cocina con los atavíos propios de la iglesia, la educación de un noble y la finura de alguien que se ha criado pasando Despeñaperros.
— Lucía Jiménez para servirlo. Sobrina de la Rufina, he venido a pedirle techo a ella, para mí y para mi retoño — no dije más mentiras. Agaché la cabeza ofreciendo el respeto que no sentía y me gané el pan como tantos otros. Como podía.


Solo me conté dos embustes y en adelante la Rufina se encargo de cometer los pecados que ya tenía más que pagados con su vida dedicada al cura y la Virgen. Y tal como aventuró la beata se cuajó la historia. Entre tanto rezo la señora tenía sus contactos y sus ahorros y consiguió papeles para mí y mi Aurora. Sagrada limosna la de aquella Sacristía que por no darme un real me dio toda una vida. 

En aquella tierra morí al abrazo de Antonio el carnicero del que me enamoré como una loca y con el que contraje nupcias antes de irse al cielo la Rufina. Era igual que mi papá Ramón así que le procuré a niña un padre digno de su suerte. En aquella tierra creció mi Aurora lozana, sana y bien despabilada. La dejé matrimoniada con un médico nada más y nada menos, en sus rizos cuidados no podía menos que recordarme a mí; de medio puta a beata por un calambre en una teta. Jamás expliqué esto a Rufina. Antonio me amó más después de saberlo, curiosos criterios los del corazón. 

Pero sinceramente, mirando atrás no creo haber dejado al azar aquel instante sino a las intenciones o las viejas que escriben el destino. A pesar de dedicar mi vida a cuidar de los santos y aquel enorme altar, de ver a las novias llorar frente a la virgen y llenarse el edificio de pobres con sus mejores galas en agosto… a pesar de todo no puedo decir que crea en Dios. Creo en las personas, en los planes que son trazados para el bien, las buenas intenciones, los sentimientos, los sueños y la fuerza de voluntad que te da la fe. Ponle el nombre que quieras a quien le encomiendes tus venturas. Pero no te olvides nunca de rodearte de las personas que te puedan ayudar a vivir esas pesquisas porque son ellas las que nos muestran el final el camino. Son las personas las que nos dan un hogar y una oportunidad. 

No fue Dios quien me mandó callar aquella tarde, fue Rufina la que no dejó hablar.





Acabada la historia me veo obligada a aclarar algo. Es un pequeño homenaje a mi tierra pero los personajes son totalmente ficticios. Ni los nombres ni la caracterización se corresponden con persona alguna ni guardan relación de semejanza. Excepto mi Ramón, mi Ramón está conmigo y estará siempre  ^__^



Comentarios

  1. Me ha gustado mucho, sobretodo el tono de la narración, muy cercana. Felicidades :)

    Pásate por mi blog: http://memesitunaimespastonvisagetuesbelle.blogspot.com

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